domingo, 28 de septiembre de 2014

Ajeno el perro brusco los domingos,
Con una mísera hilvanada salival,
Su pelaje recubierto de fango adusto,
Su piel leprosa engrasada en tuberculosis,
El perro avorazado de huesos.

Su laxitud tanteable,
Despellejable,
Su rebuscado pelaje,
Su esgrima,
Lagañosa.
Recubierto de espuma,
En una lámina,
Su etrusco cuerpo.

Su pata caída,
Su paso cojeante,
Su ojo encerado,
Su ladrido de lobo:

Más allá atrás, desde el verde callejón a la alumbrada,
Un prisco y una bata morderían al perro,
El metal brilloso del bote lo cubriría,
Su pelaje moroso sería oscuro por la mugre.

Desde el vasto remiso,
El animal se haría de bronce,
Descomponiendo su carne,
Fosilizando su figura;
El tarugo y corriente se haría de dinero,
Y cualquier obeso-insatisfecho ávido de fama,
Lo adquiriría aún cuando le costase una pierna.

Ya con fama el mecanizado aturdido,
Resplandeciente de gloria y de lujos,
Ya con la pata enderezada y la pose corregida,
Ya con los huesos firmes y la mirada deshecha,
No podría si no añorar,
Haciendo trotar ésta en la lejanía,
Y su vientre desmontado pronto sería tendido,
Su carne carente, de prisa examinada,
Y su piel ficticia arrancada con un bisturí.
Aún robotizado el vagabundo:
Para siempre estaría perdido.

viernes, 26 de septiembre de 2014




Bajo el ajado
Molesto
Y excesivo
Bajo el umbral de un nuevo día
Tal vez el último
Ahí justamente
Asomado
Siempre al borde del puente
Acostado
Con la barbilla tiesa
Y los hombros atentos
Como si una revelación
O un susto
Casi cómico
Como si me hubiese caído
Si bien yo mismo me había acostado
Como si necesitara
Un empujón a ciegas
De mis propios brazos
Como si quisiera
Resbalarme a la fuerza
Más con temor a la caída
Temiendo al fondo
Del angosto abismo
Aun aborreciendo
El límite de mi espalda
Y la luz clara en ella
Con ilusorios barrotes
Estáticos
Sujetos a mi cuerpo
Clavados al suelo.
Aún con el triste viento
Silbando
No tan espeluznante
Bajando lentamente por los nervios
Atravesando quedamente
Los poros tensos
Con el sabor del nerviosismo
Y su suspiro malvado
Mugiente y sugestivo
Colocado tras mi espalda
Encima mío
Llevaba ahí conmigo
El mismo miedo
El mismo recelo desasosegante
El mismo llamativo pavor
Magnético
Que me tenía fijo
Ahí eternamente
Atento a la nada
Como hipnotizado por un repudio
Desafiante
Esperando
Tan solo esperando
Ya fuera el momento
El día
El instante propio del cataclismo
El derrumbe del abastecimiento
Del contorno
Tambaleante y dudoso
Con los ojos bien ABIERTOS
Como dos lunas
Exprimiendo con mis manos
La tensa rocallosa
Ahí vivía yo
Comiendo miedo
Desafiante al momento
Del hundimiento
Algo que pasaría de pronto
Y me llevaría consigo
Yo ya sería de plomo
Y de plomo caería
Y de plomo
Me rompería en pedazos al chocar al fondo
Pero mi temor
Era más expectativa
Mi temor no tenía cordura
Mi temor era esperar
Que alguien pasara
Y me tronara el cráneo
Dos pisadas
Solo dos fugaces movimientos
Trastocados
Y entonces el puente
Se derrumbaría
Yo no estaría vivo para verlo caer
Y verme caer con el
Y ver caer al pisador conmigo
Ni siquiera sé
Distinguir el fondo con el miedo
Tan remoto resulta
Mi vida
Mi cuerpo
Madurando y casi cadavérico
A mitad de un desatino
Encima de un naufragio
Con la llave
Con la llave
Que abriría
Mis ojos a la muerte.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Trémulo es el viento de un instante al perderse en otro,
Tus manos y tus dientes ahogados,
Yo al desbaratarme, al devolver al viento su rugidor desgaste,
A la llama viva en muerte del contorno,
Al seco constante, trastocado.
Como un golpe que silba con fuerza fugaz,
Ya la bala golpeando carne viva, ya la pared desmoronándose en su sitio,
Ya la copa de vino, al caer y tronar, y el silencio maldito que acompaña el deceso,
Como un tortuoso impacto golpeando mis ojos vanos, no destellantes, ya idos.
La oscuridad implacable que sigue en infinita fuerza,
Guiando a un ser idiota, que emana débil y se consume olvidado,
En el mismo sitio quizás que llevara decenios, aún con sus cuentas vacías llenas de espantajos,
Pareciendo mirar con angustiosa expresión, un recuerdo tirado a lo más alto del río.


Yo ayer iré a donde me lleves de la mano,
Ayer en reversa, me detendré a mirarte, detenidamente,
Tus facciones virulentas, en desgaste,
Al desgarrarse con R la posibilidad de mirarte,
De mirarte a los ojos con dos ojos, de tomarte del cabello con la boca,
Asumiendo claro, del ayer el ahora, y el mismo clima y el mismo ambiente,
En el mismo instante, comenzando el tiempo, ardiendo al unísono, los torpes gemidos,
Y el llorar constante del frotar de los dos cuerpos, una ola contra el suelo,
Un golpe claro de viento.
Así tal cual nos detuvimos a mirarnos, tú, la vida, mirando mi reflejo,
En devenida hacia el rostro que añoras,
Yo en callejuela regresando de espaldas, con la mecha del tiempo húmeda y negra,
El toqueteo de los dedos al tronar en distancia.

martes, 2 de septiembre de 2014


El asombroso impacto de tu cuerpo frío,
Señalando intacto el momento y el día,
En el corazón central del movimiento, una risa,
Deslizándose, por el angosto túnel,
Como un tenue sonido de garganta seca,
Pálidamente ataviado de ecos, que lo sofocan.
Nada eterno el momentáneo impacto,
El de mí oído ya en tu cuerpo muerto,
El de tu sonido de tu boca chocando contra mi mejilla,
Impávido, destrozado.
Ya ni mi palabra cuervo choca contra tu escarpada sonrisa,
Ni aún en un tropiezo de mil años,
Ni aún si el viento tiñe la caída de polvo y desmoronamiento.
Y el cuerpo chocando contra un suelo distinto,
Como si percibiera aún el tintineo de tu paladar en yergue,
Por un momento de roce, una perpetua risa.
Y la roca que antes era espacio y ahora es roca,
Y que estaba metida en otro alboroto lejano,
Como un simplón silbido, caminante,
Hacia mi boca que ya toca su punta.
Nada del veloz destierro en retroceso,
Del feliz recuerdo ya olvidado,
Amontonado en polvo, bajo el manto del vacío.
 

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