viernes, 30 de octubre de 2015



A veces, abatido, busco pedazos desmenuzados que tiemblan.
Y que son como cenizas
en el tibio regazo de mis manos
Y que son solo migajas
desvaneciéndose sobre una instantánea lengua.
Pero a veces solamente tiemblo
envuelto en un largo collar de lagartos que duermen
bajo el exaltado efluvio de la penumbra asesinada.

A mis pies un río desborda escamas negras
y amarillos trozos de ebriedad embotellada
y árboles ladrando fusiles dentados.

Pero solo, a tientas, en las volutas de lo que se impregna
bajo la estrecha retina del horizonte
ya no quiero dormir ni mis manos buscar
aceleradas cenizas sin misericordia.

Ese hartazgo que aqueja a los abatidos
que domina las noches tristes y blancas de sequedad insólita
y molido, descalzo, me habla retazos de quemada nieve
y polvo desgarrado de su ingrávido anhelo de llorar sombras.

Ese hartazgo que no es sino un abrazo que me despelleja
bajo el pesado umbral de los cementerios
que no es sino una lenta flor de esqueletos mordidos
cuyo aroma desértico y cautivo me mantiene sin reflejo
escabullido y sediento de agonía
con las manos buscando los murmullos
que tan solo caben
que tan solo germinan
en la boca sinuosa de un intacto cadáver.

domingo, 24 de mayo de 2015

El poema que pondré a continuación no es de mi autoría; ha sido traducido por mí desde su idioma original. La razón de esto fue que las traducciones que he leído anteriormente me han dejado completamente insatisfecho. 


DOS AMORES
Autor: Alfred Douglas


Soñé que me encontraba en una pequeña colina,
Y a mis pies había un suelo semejante a un jardín de residuos,
Floreciendo a voluntad con pétalos y espinas.
Veía lagos que soñaban en negro y sin variables, 
Había lirios blancos, sólo unos cuantos, y azafranes y violetas pálidas tirando a púrpura, con forma de serpientes ajedrezadas.
En la escasa vista sobre la hierba espesa, y a través de redes verdes,
Ojos azules y de tímida mirada, guiñaron al sol,
Y allí brotaron curiosas flores, antes desconocidas,
Flores teñidas por la luz de la luna,
O por los humores caprichosos propios de la naturaleza,
Y aquí, a uno que ha bebido del tono transitorio en un momento breve, de una puesta de sol;
Cuchillas de hierba, que en cien manantiales fueron lenta, pero exquisitamente alimentadas por las estrellas, y regadas con el largo y ahuecado rocío de los lirios,
Y con los rayos del sol, que sólo habían sido advertidos por la gloria de dios,
Pues nunca un amanecer ha estropeado el luminoso aire del cielo.
Más allá, abruptamente; un muro gris de piedra se levantó envuelto en un vasto musgo aterciopelado,
Yo duré largo tiempo inmerso, contemplando aquel glauco jardín,
Sorprendido por hallarme en un lugar tan extraño y dulce, pero tan justo.
Así estaba aún, de pie y embelesado, cuando a través del campo se asomó un joven:
Llevaba una mano alzada para cubrirse del sol,
Su cabello sacudido estaba revuelto con flores, y con su otra mano cargaba un racimo de uvas gloriosas,
Sus ojos eran claros como el cristal,
Su cuerpo desnudo y blanco; como la nieve de una montaña congelada y sin caminos.
Tenía labios tan rojos, como el tinte de un vino derramado sobre suelo de mármol; su frente era calcedonia.
Él se acercó a mí y atrapó mi mano, y besó mi boca con sus labios amables y entreabiertos,
Y dándome uvas para comer me dijo:
“Dulce amigo, ven; yo te mostraré tres sombras del mundo e imágenes de la vida. Mira como desde el sur viene la pálida ostentación que nunca tiene fin.”
Y aquí, en el jardín de mis sueños, vi a dos jóvenes caminando en una llanura brillante de luz dorada,
Uno parecía alegre, vital y radiante, 
Un dulce estribillo emanaban sus labios;
Canturreaba sobre hermosas damas, y sobre el gozoso amor de un chico y una chica,
Sus ojos resplandecían, y en medio de las espadas del forraje dorado, sus pies danzaron en un viaje de alegría.
Con su mano sostenía un laúd de marfil con cuerdas de oro, que semejaban cabellos de doncella,
Y cantaba con la voz tan melodiosa de una flauta; tres cadenas de rosas rodeaban su cuello.
Pero el que venía a su lado, avanzando con angustia, 
Estaba lleno de dulzura y de honda tristeza, y sus grandes ojos, repletos de un brillo maravilloso que lo contemplaba todo,
Él suspiraba con tantos suspiros que me conmovió.
Era de mejillas pálidas y blancas como lirios,
Sus labios tan rojos parecían amapolas heladas.
De pronto, sus manos apretadas en puños se aflojaron, 
Y su cabeza fue coronada con flores de luna, pálidas como los labios de la muerte.
Vestía una túnica de color púrpura estallante, labrada con el emblema dorado de una gran serpiente, cuyo aliento semejaba una llama viva de fuego.
Cuando yo vi esto, caí en un profundo llanto, y grité: “Dulce joven, dime ¿por qué, triste y suspirando, vagas por estos apacibles lugares? te ruego dime la verdad, ¿cuál es tu nombre?”
Y su respuesta fue: “Mi nombre es Amor.”
Pero inmediatamente, el primero se dio la vuelta hacia mí y gritó:
“Él miente, porque su verdadero nombre es Vergüenza, pero yo soy Amor, y estaba acostumbrado a estar solo en este bello jardín, hasta que él vino sin ser llamado durante la noche; yo soy el verdadero amor, yo lleno los corazones de él y de ella con un fuego mutuo.”
Después, suspirando, dijo el otro: “Entonces permíteme que me presente, yo soy aquel amor que no se atreve a decir su nombre.”

domingo, 5 de abril de 2015

¡Hasta que la noche
se pone de rodillas!

¿Quién fue el bardo que la impulsó
mordiéndose las palabras
a guardarse en tal postura?
Buscando entre oleadas de ternura y violencia
las tinieblas que lejos se lloran…
Era el amigo que paseaba por sus ramales
El que añoraba como la carne tiritando
volcarse entero en aquella hoguera entera
que es la tanta noche.
¿Qué tan triste está que tanto espera?
Hoy al fin deambula a deshora
por amargos rubores de la tierra
Y al oír el canto de la regia
Reverdece en sollozos de encanto.
No agobiado, pero estallando de pronto.
Y esa la muerte que desnuda sus cartílagos
Se acerca disfrazada de suplicante.
¡Y qué postura y que regusto tiene!
Que hasta ciñe su contorno negro
y nos embebe estando encinta
Se bifurca, se transparenta, en una eterna andanza...
Pero ¿que sería del beodo y su balada sin la tanta noche voraz
y sin la hondura que su anhelo deja?

martes, 24 de febrero de 2015

Como el maremoto de un artificio. Así te veo.
Encendido. Llenas tus retinas de vivencias ansiosas.
Cada noche y todas las noches del tiempo.
Así te veo. De órbita deslizadora. Color de mil novecientos.
Me dejó la libertad por tus manos devoradas.
Como lazos descompuestos. Dedos huecos y agotados.
Y la espesura: El perdón de todos los que alguna vez robaron.
Éxtasis. Una tregua entre el mal mentiroso. La noche infiel.
El mirar en puntas de dos mil años.
Si me dejo caer. Y ruedo por entre todas las piedras.
Si me quiebro y me rasguño. Uno rasguñado de tus labios blancos.
De tu habilidad. Si me visto en algas y vapores tropezados.
Se me siente caluroso por la esteticidad.
¡Ah, la caída! Como una hoguera al volcarse.
Una que se sienta al borde de la violencia.
El ardor entre cada visita y cada cierre. Los párpados.
De pieles entumecidas por la desintegración.
Te veo como la caminata. No como el cuerpo de un niño nunca
nombrado. Un morir imprescindible. Cíclico. Caduco.
Si me levantase. En movimiento tan burdo.
En vanidad. Cercado por la embriaguez. Para ver los lazos del
monumento. En cualquier movimiento perverso.
Tú has hecho y deshecho como sol y carne: La verdad absoluta de todas
las cosas del mundo.
Pero es una copia infame. De todo lo que conozco.
Una volcada. Callosa. Elíptica.
Tú que has hecho la vuelta del cierre. De triste hartazgo.
Una caída que no tiene fin. Como el mareado oleaje.
Y destronamiento infinito. Y estallamientos. Y miradas tan crueles.
Como raciones de medio soliloquio.
Si cancelas ese caer en la artificialidad. Si cierras el sentirte culpable.
Este pensarse culpable y castigado. Perforado a oscuras. Para dejar de
sentirte a medio espacio de la vereda. Del viento estático.
Sin condenar. Poco a poco. Tendido.
Así a un poco. De dejarte ver. A medias.


martes, 10 de febrero de 2015



Si la noche se troncha de maderas
trónchala de quemaduras
con tus dedos quemados y absortos que
semejan despintarse
Hay aciertos y cegueras
Indómitas por tu venida
Hay tras esa nacarada manta
de tu rostro escénico y pasmado
uno de mis hermanos que dormido
por tus dos manos
alza la frente a la angustia
y no teme replicarte noche áspera
porque como no te tronchas a ti misma
no sugieres ni parpadeas
y por ello no estás viva ni respiras.
Paseo mis dedos en la vereda de tu carne, hacia tu algaba de lodo envenenado.
Cubres mis rasguños de besos noctámbulos, como un charol de lluvia y chasquidos.
Tú alzas las yagas de tus gritos.
Yo alzo el silencio, los rugidos.
Mis jemes ondean en tu pedregal hundido, en tu abadejo que brota por la herida.
Tú cierras los labios de vida, cantas los coros de fuerza.
Mi piel se contrae en un flujo inyectado.
Se hieren de rojo tus besos, se muerden la rosaleda.
Yo me bebo tus dedeos, como un elixir de teclas. Tus uñas empadradas de mi boca, juguetean como los cuellos de los cisnes.
Es un gateo de raudales; rasguños verdinegros. Es un balanceo de los poros; ya erectos, ya empapados.
Es un blanqueo de tus retinas, un contorneo de tus salientes.
Mi cuerpo empujado se vierte en las aguas del mundo...
De pronto tu rostro se humea de vapor, como un bochorno desnucante.
Del todo en alianza nace un estornudo, como una erupción de chispazos...
Y en un mandato de destreza, se enjuagan nuestros pliegues, se curten tus fresas; tu voz hierve de nuevo en un choque, a soplos rechinan mis dientes, se rozan nuestros fondillos, se curan de viento mis latidos, se abren las fauces del cosmos, se parten en pares los gañidos.
Yo soy mis ojos arteriales. Soy mis manos que zumban, soy mis dedos que se agrietan.
Soy el ruido endemoniado, que divide las mandíbulas. Yo chasqueo con rapiña las cutículas de cada estrofa,
Quiero desplomarme y no volver a levantar los muslos. Yo iré piedra por piedra en los renglones de una ostentación,
Yo atropello esos grilletes que agarran por la lengua a los periodistas, hay un tizne huracanado que a mis palmas grita lírica, y que cubre mis muñecas con sangraza.
Yo soy el núcleo de un cosmos girando alrededor de mi musculatura, que juega a ser verídico. Que se amarra a un reflector fundido, que se cuelga de un mantel de entrañas...
Vivo en un papel magreado, por huesos de tragedia y crudeza convulsiva.
Voy a recostarme en un tropel en blanco, para que siga la manada de tecleos.
Que cuando se abra de piernas la Señora Inspiración, y muestre sus pechos dormidos, y desde el cielo aborte las palabras; llegue una humareda partida en hebras como llegan cada noche las canciones que silba un carnicero; bien arrechas y enamoradas.
Hacemos el amor entre vidrios rotos.
Tomamos al dolor de los tobillos: los huesos arrojados.
Jugamos con la muerte y su osamenta.
Patadas tronantes de niño.
Vertemos nuestros ojos en charolas de barro.
Cortamos nuestros miembros de cebada ¿de qué sirven?
Partimos la lunada, huyendo como forajidos de noche en una carretera quemada y llena de polvo.
Cachetadas tras un fugaz grito, de una madre que jura silencio a sus hijos.
Y hay fuegos, bolas de rabia que queman la vista, y parecen un juego de cerillos.
Podrías verter al nacimiento de tu llanto,
Una risa tan ansiosa, que parecerías estar de broma contigo mismo.
Podrías despegar de golpe y ponerte a tararear arreglos de cuerda.
Pero no sería correcto, ni sensato, ni valiente siquiera,
Derrotar una pasión tan rebosante, y llevarla al más frío de los olvidos.

Debes, eso sí, sacar la cara del abochornado almohadón,
Y también las piernas y los brazos y el tarugo corazón,
Debes dividir el dolor y deslavarlo tanto, que soportes llevarlo como una huella en el pecho.
Y debes colgar esos recuerdos, con un feo marco que ahuyente a la melancolía…
Y también, ¿por qué no? reírte de ti mismo por ser tan incauto.

Tendrás que apartar al amor de tu memoria, escaldar con cuidado esa tenue porción, como un cirujano de almas.
Tendrás que beber, follar y desahogarte.
Y gastar tanto dinero como no has tenido nunca en todos tus bolsillos.

Y creo que lo mejor sería dejarse de complicaciones, y guardar aquella sensación rebelde, que puede hacer chispear tus ojos, o hacerte desear la muerte bebida; en lo más recóndito de un cofre vetusto.
Todo en mi memoria es tan hermoso y verdadero. Una mujer en cuyo muslo izquierdo se postra un ave florada. Trigales inundados de rocío por el atardecer. Un subibaja de suspiros dados a un clarinete. Un par de enamorados que observan el mar arrebolarse.

Todo en mi memoria está cansado y es muy triste. Rostros de los hijos deformados por la guerra. Fotografías en blanco y negro en las que solo se mira el rencor y la miseria. Un cielo garboso y hollinado por las plagas. Quedos y aciagos sollozos.

Voy a cerrar los ojos y abrazarme las piernas. Todo me resulta extraño y no quiero marearme.

Este viento me ha viciado por un par de milenios, voy a cerrar los ojos y fingir que nada ha sucedido.
 

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