miércoles, 15 de octubre de 2014

El larvario cardenal con su talle escarlata exudando chiclosidad, con su miembro tieso e hinchado al aire, con su trozo despuntado y rojizo, con la pieza relamida apuntado arriba, escurriendo, encosquillada, sus pezones recios de roca, su traje granate empapado de fluidos. Sus chorros de escupefuego peliculares saltando en espasmos chillones, su esófago en una fiesta bucal; el picapedrero atragantado, el católico visitando el cosmos. Con el vientre inflamado de baba, el sebo del disfrute ahondado en la barriga. Un trazo quejoso en la exhalación: entumecimiento en sus dedos recubiertos de crema; el hedor a quesillo de sus clavículas. El cansancio y deslizamiento del pecho: pentagrama de una orden, con el cuerpo entero arrastrándose en capullo; con el gracioso desliz de una larva, enjabonado como puerco en su cochambre, cual quiebraplata retozando en la yerba, con los anchos codos de grasa empujando las losetas. Pareciera un estival cucurucho, un circense y pintoresco payaso de rueda, un bruñido e inmundo gusano larval, danzando al son de su musculatura en bullicio, bramando cual brama un perro mullido; sus tersos poros dilatados pararon al fin, asomando la vista hacia su coyuntura craneal, botando la lengua al vacío, sus pupilas desacopladas, su cuerpo frenando el rugido; condenado de risa, encaminado al abismo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Este me ha encantado ja ja ja, buen blog amigo, sigue escribiendo.

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