martes, 10 de febrero de 2015
Hacemos el amor entre vidrios rotos.
Tomamos al dolor de los tobillos: los huesos arrojados.
Jugamos con la muerte y su osamenta.
Patadas tronantes de niño.
Vertemos nuestros ojos en charolas de barro.
Cortamos nuestros miembros de cebada ¿de qué sirven?
Partimos la lunada, huyendo como forajidos de noche en una carretera quemada y llena de polvo.
Cachetadas tras un fugaz grito, de una madre que jura silencio a sus hijos.
Y hay fuegos, bolas de rabia que queman la vista, y parecen un juego de cerillos.
Tomamos al dolor de los tobillos: los huesos arrojados.
Jugamos con la muerte y su osamenta.
Patadas tronantes de niño.
Vertemos nuestros ojos en charolas de barro.
Cortamos nuestros miembros de cebada ¿de qué sirven?
Partimos la lunada, huyendo como forajidos de noche en una carretera quemada y llena de polvo.
Cachetadas tras un fugaz grito, de una madre que jura silencio a sus hijos.
Y hay fuegos, bolas de rabia que queman la vista, y parecen un juego de cerillos.
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