martes, 15 de julio de 2014

Otros tipos de alubias y de verduras amargas, llenaban un espacio pequeño entre la imaginación y el tumulto de cosas. Centellaban felices su recuerdo de gloria, al estar apostados en un angosto lugar en medio de la fiesta, desde millares de años atrás, y en las copas de las palmeras viejas y corroídas, pájaros monstruosos con alas de vidrio, que bajaban a revisar las raíces para encontrarse siempre con las mismas y nunca otras, y cansados también estaban los colibríes furiosos que rabiaban, con sus cuatro colas rojizas y sus picos de maña, agitándose tiernamente por el espacio de entre los otros, y ellos causaban un sentir amoroso por los otros independientes habitantes, que ellos despreciaban. Era en la grieta pequeña, que abríase y cerraba como una mandíbula tosca, de la que crecían y escapaban varias chispas de magia y deseo, que al mezclarse con el aire y el calor veraniego, formaban paradisiacos paisajes y feroces bestias casi siempre diminutas. Ahí mismo, a un lado del abismo, varios compañeros celebraban una pequeña fiesta campestre, ellos mismos llevaban bebida de estragón y manzanilla, y bizcochos de ajenjo y marihuana, y unos cuantos caramelos, de resina de palmera y piel de ángeles llorosos, disfrutando siempre atentos al temblor constante, y platicándose sus vivencias apacibles y sus maravillosos cuentos de hadas, que si los niños de edad más tierna oyesen, no los creerían. Alborotados, otros ardillones con ojos de transparencia y patas fugaces, borrachos de alegría y probablemente alucinando, llegaban con sus manos grotescas aleteando en medio del festejo, tratando de espantar a los que creían mosquitos, y los otros tontos y a la vez vivaces, serpenteaban cabizbajos y alejándose del lugar enseguida. Y había otros cuatro ardillones, que disfrutaban su orgía de risas en un árbol cercano, tratando de coquetear con dos moscardones hembra, mientras a un lado del tiempo y del nervioso parque, otros cuatro ardillones y otros dos moscardones hembra, consumían alucinógenos de queso rancio a trozos grandes, atragantándose velozmente sin pensar en su locura. Y había una evidente demencia en el aire que soplaba entonces, pues de la nada chocaba con las cosas, sin avisar antes, irrumpiendo en las moradas y asustando a las familias. Y un televisor humano, inexplicablemente metido en la cada vez más poblada colonia de fantasía, transmitía sin cesar una película sobre vacas y toros, que al principio y solo por la peculiaridad del murmullo y la imagen, formaría una secta de adoración mugiente y jocosa, de la cual se reirían todas las bestias e insectos borrachos. Estaba en el cielo cierto aspecto opaco por el humo, ya que del abismo creacional que todo lo controla, a veces salía a fumar un pensamiento vago, que a veces tomaba forma. Y había un vaso dudoso y deprimido, por el que todos sentían empatía y solo él se despreciaba. Llegaba al bar cada mañana y se quedaba a dormir todas las noches, pero al amanecer no estaba y volvía a llegar después de un rato, siempre muy ebrio e insultando a todo el que pasara. Un libro muy correcto y educado, que llamaba vecindad al lugar y corrientes a los bichos que se le acercaban, siempre hablaba escupiendo un ácido extraño del que todos querían un poco. Lo provocaban siempre, para que hablara lo que fuera, y de ahí guardaban toda la baba que salía desprendida de sus labios, vendiéndola después a sus hijos o hermanos para que prepararan unos pasteles riquísimos. En medio del dolor y la delicia, del sentir inquieto y la costumbre diaria, un hombre soñaba dormido, un hombre diferente al otro, y una mujer diferente a los otros dos, que vivían debajo del subsuelo durmiendo siempre y roncaban desprendiendo de sus sueños imágenes inquietas que salían por la grieta y alimentaban aquel tumulto ficticio.

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